Había algo especial en el aire aquella noche. Nathan estaba sentado tocando su guitarra en un antiguo parque, con los ojos cerrados y el viento soplando. Estaba tocando una canción para una mujer a quien nunca había conocido, pero a quien amaba profundamente. Era una astronauta que estaba en una misión espacial que acababa de ponerse en marcha.

Nathan conocía a la astronauta desde hace tiempo, se conocieron a través de una página web de entrenamiento espacial. Desde entonces, habían estado hablando constantemente por teléfono y a través de internet. No querían estar separados, sin embargo, la missión era demasiado importante y ella tuvo que partir.

A Nathan le destrozó el tener que verla marcharse, porque él ya estaba enamorado de ella. Ya nada sería como antes para él. Estaba solo ahora, sin su presencia. Sin la persona que más amaba. Y estaba seguro de que esta vez no encontraría el amor a menos que ella regresara.

No sabía cuándo volvería, pero se prometió a sí mismo que mientras tanto, dedicaría cada noche a tocarle una canción para recordarle que estaba ahí, esperando su regreso. Que la añoraba y que el amor que sentía no desaparecería nunca.

Nunca olvidaría aquella canción… el sonido de su último suspiro, su manera de decir adiós por el amor correspondido pero, no realizado.